Los días-costumbre y un posible final


Los días-costumbre. Muchas veces las actividades que realizamos cotidianamente quedan contaminadas por la fuerza que ejerce la rutina y el acostumbramiento. Eso sucede en los días-costumbre. Comemos porque comemos. Miramos tele porque miramos tele, y hasta hablamos por hablar. La etapa que vivimos los estudiantes luego de terminar la escuela, la etapa universitaria, muchas veces sufre de esta contaminación. Hacemos pero no pensamos lo que hacemos. Miramos lo que hace el otro, e, inconscientemente hacemos lo mismo. Nunca nos detenemos a pensar qué estamos haciendo, o para qué lo estamos haciendo.
El día que pude percatarme de esto, comencé a prestar atención a las actividades que hacía por costumbre y las que no,  y me decidí a erradicar aquellas que no tenían sentido, o bien a encararlas con otra perspectiva para sacar provecho de ellas. Aquel día fue un día-costumbre.
Escuchando la clase de un profesor al que admiro mucho en lo académico, pero que me generaba curiosidad saber más de su parte humana, me llevé una sorpresa. Aquella persona me había enseñado los contenidos más interesantes de mi carrera, su curriculum era un ejemplo para cualquier alumno. Era el típico docente que al hablar, no volaba ni una mosca, pero no por su abuso de la autoridad, sino por la autoridad que generaba su capacidad y su inteligencia demostrada en su forma de dar clase.  Aquel día era uno de esos días-costumbre. Un día normal, en el que había desayunado, me había tomado el colectivo, y había asistido a la facu. Escuchando al profesor darnos las bases para un trabajo práctico con libre elección de método y formas para su realización, se detuvo en el tema de las elecciones, viendo un déficit en los alumnos a la hora de elegir caminos por nuestra cuenta. Pero esta vez fue más allá de la teoría trabajada en esa clase.  Él afirmó, en forma más pausada que el resto de la descripción para captar la atención del público, y asintiendo con su cabeza para darle fuerza y certeza a lo dicho, lo siguiente: “Cuántas cosas se solucionarían en nuestra vida si supiéramos lo que queremos; si paráramos un minuto y reflexionáramos sobre cuál es nuestro deseo y qué es lo que queremos para nosotros”. Tuc. Silencio total y nosotros, los alumnos, nos miramos como si no estuviésemos en una clase de Opinión Pública, sino de la vida.
Ese día-costumbre fue un día- costumbre de inflexión para mí. De ahí en más comencé a pensar si todo lo que estaba haciendo era todo lo que quería, si la gente con la que estaba era la gente que me hacía feliz,  o si había algo que me faltaba para decidirme a salir en búsqueda de eso.
Hoy, a muy poquito de recibirme,  me pongo a escribir.  Escribo con esta anécdota a cuestas,  y más presente que nunca, que representa lo más importante que yo aprendí en la universidad: eliminar los días-costumbre. Escribo pensando en que hasta el momento fui un egoísta que no compartió el método para sacar la mala vibra de la rutina y activar la buena vibra de las motivaciones y los deseos. Lo escribo pensando en que esta enseñanza puede llegar a ser el punto de inflexión de muchas personas, o por lo menos de los curiosos que se meten a leer este blog.  Yo ya cumplí.

Comentarios

  1. http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1714


    Tuve un día-costumbre hasta recién.

    Abrazo Guido,

    Nati de li.

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  2. Qué lindo comentario de regalo. Cuanto me alegra Nati, otro abrazo para vos!

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