La decisión de regresar
Y me decidí
a regresar. No sin antes cerrar con un broche de oro: Cuba.
Las cosas
no venían bien el último tiempo. Me sentía raro, con cosas por resolver en mi
cabeza, pero sin saber qué me pasaba realmente. Es increíble la facilidad con
la que aprendí a resolver determinadas situaciones, las cuales hace un tiempo
atrás, me enredaba de una y mil maneras para encontrar su solución. Ahora siento
que es cuestión de olfatear un poco, pensar, mirar alrededor y con eso decidir.
El viaje a
Tulúm hizo que me dé cuenta que las experiencias turísticas ya no estaban
teniendo el mismo sentido, la misma sorpresa. Objetivamente me di cuenta que
ese era el mejor lugar en que había estado en todo el viaje, pero mi
subjetividad estaba limitada por la mochila que el viaje significaba. Ya no
tenía las mismas energías para aprovecharlo al máximo. Me costó relajarme, me
sentí incómodo por momentos, la relación
con los amigos fue tirante en diferentes situaciones, por mi actitud. Hasta que
en un momento mágico – llamo momentos mágicos a aquellos que por su intensidad recuerdo
el espacio físico donde suceden- quedé sólo en el mar, debajo del famoso
Castillo, construcción maya más conocida en esta zona arqueológica, y encontré
lo que deseaba. Hallarse en lo que uno quiere es fantástico. Por un lado,
porque es realmente difícil saber lo que uno prefiere – aunque a priori parece
sencillo- , y segundo por la sensación de libertad que trae como efecto
colateral, como quien se saca un problema de encima. Comuniqué la medida a mis
compañeros quienes tuvieron reacciones, a mi criterio, opuestas, y volví a
sentirme cómodo, ahora con la idea y la energía justa para disfrutar a pleno lo
que queda: mucho más Caribe, y un gran anhelo, Cuba.
Vive libre
o muere. Y así será.
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