Escondidas, pero están

Estar en un lugar con tantas alternativas placenteras en las cuales caer, marea. La abundancia de posibilidades es aprovechable en la medida de que quién esté frente a esas posibilidades pueda frenarse, pensar y decidir cuál de todas ellas concretar, sin que sea absorbido por la variedad. “Yo si estuviese en el Caribe me pasaría todas la tarde en la playa”, diría alguno; “No dejaría de salir a correr ni una sóla mañana”, imaginaría otro. Pero, al estar en un lugar como Playa del Carmen, más bien, al vivir en un lugar como Playa del Carmen - con hábitos ya formados- a uno le cuesta llegar a concretar todas aquellas actividades que alguna vez añoró y saboreó con el deseo de alguna vez cumplirlas. Hoy nos pasó que, aburridos en un día de lluvia que nos obligó a encerrarnos en casa -maldita lluvia, opositora a posibles momentos felices-, con Ale decidimos viajar las cuatro cuadras que nos separan de la playa para, en la arena, comenzar a desplegar un hábito que teníamos un poco abandonado: la lectura. Siete de la tarde, el cielo mostraba indicios de que mojar, ya no nos íbamos a mojar por el resto del día. Y son esas cosas simples que a veces cuesta reconocerlas pero que están al alcance de la mano. Fue el momento más placentero para mí, en mucho tiempo. No sé cómo, pero el contexto ayudó a que mi imaginación despliegue con mayor versatilidad las figuras y situaciones que Milan Kundera me describía. Ese ruido relajante de las olas del mar terminando su recorrido, no contaminado por el bullicio del sujeto que siempre está con la pelota o la paleta a las cuatro de la tarde, generó un estado de concentración que pocas veces alcancé en mi vida. A mi amigo lo vi alegre con su Bioy Casares también. Pues, por qué no, en la cerveza que me tomaré en un rato, brindaré por aquellas actividades simples, escuetas, sencillas, que tan feliz pueden hacer a uno, y que a veces se esconden, y se hacen tan difíciles de hallar.

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